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Mantenerse en equilibrio: la historia de Amel, el artista que vive del malabarismo callejero

Actualizado: 20 may



Desde hace más de 15 años, Amel Milvueltas transforma los semáforos en pequeños escenarios de asombro. Originario de Huatusco, Veracruz, ha dedicado su vida al arte circense, especialmente al malabarismo de contacto, una disciplina que exige precisión, concentración y presencia. Pero su historia va más allá del espectáculo: es también la de un hombre que, a sus 39 años, combina su trabajo en la calle con su formación académica como estudiante de Pedagogía en la Universidad Veracruzana, donde ha comenzado a integrar las artes circenses como herramienta en el ámbito educativo.Además, recientemente ha comenzado a hacer y vender sombreros, sumando una nueva faceta creativa a su vida.


Amel es padre de dos hijos —una joven de 18 y un niño de 12 años— y esposo. Su vida diaria está marcada por el equilibrio, no solo de objetos, sino de realidades contrastantes: el arte y la calle, la familia y la lucha diaria y las adversidades. A través de su testimonio, invita a mirar con otros ojos a quienes, como él, han hecho del circo no solo una profesión, sino una forma de resistir y transformar.



1. ¿Cómo empezó tu camino en el arte circense?

Comencé hace aproximadamente 15 años, como muchos en el arte callejero. Me atrajo el malabarismo de contacto porque no se trata solo de lanzar objetos al aire, sino de moverlos con el cuerpo, de crear una danza entre lo físico y lo invisible. Los trabajos de oficinistas no son lo mío, los malabares son una forma de comunicar, de conectar con las personas, aunque sea por unos segundos en el semáforo.

2. ¿Qué experiencias te han marcado durante tu trabajo en la calle?

He conocido muchas historias duras. Por ejemplo, tengo un amigo en la ciudad de Veracruz que también trabaja en los semáforos. Él es joven, con ganas de salir adelante, pero vive en un ambiente muy hostil. Las personas con las que comparte techo lo desmotivan constantemente con insultos y comentarios hirientes. A veces ni siquiera lo ven como un ser humano, y eso lo desgasta. Lo he visto con la mirada apagada, dudando de su valor y su trabajo.

Pero también he conocido personas que te devuelven la fe. En esa misma ciudad está El Muerto, así le llaman, un señor limpia vidrios que casi no tiene nada, pero lo poco que posee lo comparte. Más de una vez me ha dado un lugar para dormir, parte de su despensa, aunque él mismo tenga muy poco. Es de esos seres humanos que dan sin esperar nada, y que entienden que el arte y la vida son más llevaderos cuando se comparten.

3. ¿Cómo logras equilibrar tu trabajo como artista callejero con la universidad y tu vida familiar?

No es fácil. Me levanto temprano, preparo el día, salgo a trabajar al semáforo y en las tardes, o noches, voy a clases los sábados o estudio. Mis hijos son una gran motivación. Mi hija ya es mayor, mi hijo aún está en formación, y quiero que ambos vean que uno puede estudiar sin importar la edad ni el contexto. Mi esposa me apoya, y eso es clave.

La pedagogía llegó a mi vida ya que mi esposa lo estudió y creo que educar es también una forma de hacer arte. Enseñar es otra manera de transformar, como lo hace el circo, pero con otras herramientas. Sueño con algún día poder combinar ambas pasiones y acercar el arte a quienes más lo necesitan.

4. ¿Qué significa para ti hacer malabares en la calle?

No es solo trabajo, es resistencia. A veces la gente te ignora, otras veces se burla, pero también hay quien se detiene, te mira con admiración o te da unas palabras de aliento. Cada moneda es una forma de reconocimiento, pero también lo es cada aplauso, cada sonrisa. Lo que hacemos no es fácil. Es físico, emocional y socialmente demandante. Pero cuando alguien te dice “gracias” por haber hecho su día diferente, todo vale la pena.

5. ¿Qué mensaje quisieras dejar a quienes también luchan desde la calle por una vida digna?

Que no se rindan. Que no permitan que las palabras de otros definan su valor. Lo que hacemos tiene dignidad. Crear arte, compartirlo, vivirlo desde la calle, es tan valioso como cualquier otro trabajo. Y también les diría que se acerquen al conocimiento, a la educación, que nunca es tarde para aprender y crecer.


Su historia es un testimonio de esfuerzo, empatía y amor por la vida, aún en los escenarios más inesperados.



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